La diversidad se observa de mayor medida en acciones cotidianas. Tal es el caso de subir en metro y hacerlo con personas con diversidad funcional.

Un trayecto desde el Ecovulebar del ensanche hasta el centro comercial en Las Suertes, se puede hacer en 10 minutos. Pero en caso de hacer un paseo con varias personas con diversidad funcional, el paseo se convierte en un viaje de 45 minutos. Porque se debe coordinar los descensos y ascensos en los ascensores, confirmar que en la parada a la que uno se dirige el ascensor funcione, hacer que el conductor del tren se detenga el tiempo suficiente para entrar y salir, avisarle de la parada a la que nos dirigimos, etc… En fin, que algo cotidiano se convierte en un sin fin de tareas añadidas y precauciones a tener en cuenta.

Entendemos que las personas con diversidad de movimientos tienen un plus de convivencia debido que su cotidianidad está plagada de redes de apoyo para poder cumplir con sus actividades de manera autónoma. A pesar de que pueda sonar contradictorio, en la realidad esto es así: su independencia y autonomía depende de varias y muy buenas relaciones de convivencia.

El pasado 6 de febrero hicimos un paseo relato de esta experiencia junto a un grupo de vecinos del Ensanche. Y podemos decir que el mismo grupo está convirtiéndose en un espacio de convivencia, de diversidad y de aprendizaje.